
Sabemos que China es uno de los principales líderes en la transición hacia energías limpias y su ambición no se detiene, ya que constantemente desarrolla nuevos proyectos. Sin embargo, detrás de sus éxitos se oculta una fuerte adicción que podría traer grandes consecuencias.
Energía libre de emisiones
Aunque es lamentable, no podemos negar que nuestro planeta cada vez está más contaminado, por lo cual los países deben empezar a tomar medidas con urgencia. Una de las más importantes es transitar hacia energías limpias, es decir, las energías renovables.
China parece haber tomado muy en serio esta meta, ya que continuamente trabaja en nuevos proyectos de energía renovable que van desde plantas solares hasta parques eólicos, además de la descarbonización del transporte y mucho más.
De hecho, uno de los principales objetivos de China es convertirse en el primer «electroestado», que significa ser un país donde la economía funcione casi por completo con electricidad de baja emisiones, es decir, con energías y combustibles limpios.
Sin embargo, detrás de esta apuesta por la energía limpia se esconde una profunda y costosa contradicción, pues a pesar de estar liderando las energías renovables, también utilizan una fuente muy contaminante.
La fuerte adicción de China
China tiene la mayor planta de energía solar del mundo y, en abril de 2025, el país invirtió más de 940.000 millones de dólares en tecnologías de transición energética y generó más de 1,8 billones de dólares en ventas y valor económico.
Sin embargo, detrás de todos esos avances se esconde otra realidad: China sigue siendo el mayor consumidor y constructor de centrales de carbón del planeta, un hecho que contradice completamente la meta de la transición energética.
El país aún construye el 80% de las nuevas centrales de carbón del mundo. Pero, ¿por qué hacen esto? Básicamente, porque para China, el carbón sigue siendo su respaldo, su fuente segura, la ‘vieja y confiable’, ya que el país necesita enormes y constantes cantidades de energía.
Aunque las energías renovables están llenas de ventajas, no son constantes, ya que el sol no brilla por la noche y el viento no sopla todo el día; ahí es donde el carbón entra en juego, asegurando la estabilidad del suministro y evitando apagones.
Mientras otros países debaten cómo lograr una transición, parece que China quiere jugar con varias cartas al mismo tiempo. Por un lado, invierte en el futuro con energías limpias, y por el otro, utiliza combustibles fósiles para garantizar el suministro.
No obstante, hay señales claras de que esta dinámica está cambiando, pues el crecimiento de las energías renovables es tan masivo que está dejando al carbón en un segundo plano. De hecho, las emisiones chinas cayeron un 1,6% en el primer trimestre de 2025.
La llegada de una nueva energía
Otro punto importante es que el camino de China hacia su «electroestado» no se basa solo en energías renovables. La energía nuclear es otro pilar esencial de su transición; de hecho, planean expandir su capacidad nuclear de 57 GW a 200 GW para 2040, una de las expansiones más ambiciosas del mundo.
Esta meta es muy ambiciosa y nos muestra que, a diferencia de muchos países occidentales donde la energía nuclear causa divisiones, la idea de China es complementar la intermitencia de las renovables con una fuente de energía estable y continua.
La combinación de energías renovables y energía nuclear podría acelerar la salida del carbón sin comprometer la seguridad del suministro, con la ventaja de que la energía nuclear no libera dióxido de carbono, lo que reduciría el impacto en nuestro planeta.
Sin duda, la situación de China ha generado mucha controversia, pues, por un lado, lideran las energías renovables y la descarbonización del transporte, pero, por otro lado, siguen dependiendo de fuentes contaminantes. Por lo tanto, aun no podemos decir que cumplen al 100% con la meta de la transición energética, pero están avanzando y, quizás, con la energía nuclear, logren finalmente vencer su adicción al carbón.